Últimos segundos de oscuridad.
Últimos segundos de oscuridad.
A tanta velocidad, el viento debió golpearme el rostro, despedazarlo y convertirlo en cenizas; pero el casco lo protegía de esa dulce sensación. La carretera era para mi una línea, en la cual algunos se pierden, que avanzaba rápidamente como la publicidad en la televisión, pero yo debía continuar a entregar mi pedido aunque el camino me generaba adicción.
La vida en ese momento estaba llena de sentido, aun cuando, el alma estaba color marrón. Me faltaba un cigarrillo para completar la felicidad de la noche, así que decididamente salí a comprar, me dirigía por los caminos eternamente recorridos por pies como los míos, pero sin mí.
-¡Qué mierda, ya estoy aburrido de estos viajes sin sentido si sigo en esta dirección, seguiré yendo a ningún destino a ningún lugar! – en esas cosas estaría, seguramente, pensando en su inconciente, así que decidió cambió de dirección, entró en calles desconocidas, pensando que de esa forma encontraría un mejor destino para él; lamentablemente nunca leyó a Sófocles.
Me encontraba tan seguro de las indicaciones que me habían entregado y de mí obediente forma de tomar órdenes; que nunca me di cuenta, hasta segundos después, que había errado el camino, era desesperante saber que había entrado una calle antes a la población y era lamentable que esta situación ya me pasara dos veces, así que antes de dar la vuelta, pensé que era mejor considerar la otra oferta de trabajo que me habían dado, guardia de seguridad y así cambiar mi destino.
Ya sabía yo que el perderme en mis pensamientos generaba tal grado de desconcentración, que me había atrevido a cambiar mi dulce rutina y no había dudado en ningún momento, entrar en calles desiertas, donde pocas vece había pisado, así que, aunque parece que ya lo había dicho, había perdido el camino. Me detuve antes de avanzar, recordé todas las clases en mi facultad sobre los laberintos y otra vez estaba rememorando esa dulce noche llena de dulces sabores, en la cual había descubierto el verdadero sentido de entrar en un laberinto, no era quebrarse la cabeza descubriendo la salida, sino el descubrir que se le puede ganar al destino.
A veces la vida es así, no te das cuentas que todo está en movimiento –se que no son mías estas palabras y qué alguien ya las había pronunciado, un tal oscuro, parece – y que las cosas cambian, aún cuando parece que estás atrapado en realidades inconexas y periféricas. En realidad, ya no deseo hacer más esto, como narrador parezco coro.
No había tomado ninguna decisión de trabajo, pero sabía que debía dar la vuelta. Ya le había dicho a mi proxeneta que eso de la entrega en diez minutos era una verdadera estupidez, pero el no me había escuchado. Había encontrado un buen espacio para girar en u y volver por dónde me había perdido. De esa forma tan mecánica que tengo para hacer las cosas, observé que no hubiese ningún auto e intenté girar en aquel espacio maravilloso que se abría entre mis ojos, pero todo fue tan rápido, sentí como tiritaban las ruedas bajo el piso de tierra, lleno de piedrecillas; no saben cuanto me arrepentí de no haber escogido aquella motocicleta con rueda más anchas, pero ya la suerte estaba echada y en la segunda patinada sentí como el mundo daba vueltas y yo salía disparado hacia la plaza y mi vida entera en dirección hacia mi madre que está en el santo reino..
Como ya había pasado media hora en dulces recuerdos, recordé las ganas increíbles que tenía de fumar, y me puse en camino nuevamente. La noche estaba fría, tan fría que quemaba mis labios, el olor a madera verde quemada daba un ambiente propicio para que yo no le prestara más atención al vapor que exhalaba de mi respiración se elevaba junto a la luna. De pronto el aire cálido del temor terminó abruptamente mi ciclo vital respirar, humo y luna; olfateé rápidamente hacia el lugar dónde provenía y no pude ver más una luz amenazadora frente a mis ojos, era tan brillante que no pude más que levantar mi brazo para proteger mis ojos en un último instinto de supervivencia, pero era tarde. Recuerdo que lo primero que sentí fue la impresión de estar frente a una motocicleta que había perdido el rumbo, con un típico repartidor de pizzas; pero rápidamente se esfumó esa esperanza y sentí como torturaban a mis compañeros detrás de la puerta que estaba a mis espaldas y la voz del maldito que me hacía preguntas que aunque no sabía las respuestas, una convicción muy grande me gritaba cerca de mi hemisferio derecho del cerebro que no debía decir nada, que la promesa de libertad era mentira, pero he de reconocer que la luz puesta en mi cara me atemorizaba. No terminaba de acostumbrarme a esta situación, aun cuando creo que nunca lo iba a hacer, cuando el escenario cambio nuevamente y vino lo peor, fui condenado a la nada blanca, ahora mientras escribo esto sobre una mesa blanca, sentado en una silla blanca, con un papel blanco y tinta blanca; todo esto acompañado de vino blanco, levanto mis ojos blancos y no veo más que blancura. Una voz, del mismo color que todo lo demás, me ha dicho que prontamente, aún cuando no me ha dicho cuanto tiempo me queda, olvidaré todos mis recuerdos para que todo esté lleno de blancura y ha dejado que escriba estas palabras, para que tú, querido lector, antes de ser condenado a lo mismo que yo, puedas…
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